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EL MATRIMONIO, COMPROMISO ETERNO

Creer en el matrimonio como forma de realizar la vida, siendo el uno para el otro. Creer en la familia porque así lo han aprendido en sus propios hogares, como comunidad de vida y amor, fuente de seguridad afectiva y ámbitos con calor de hogar que abriga el mutuo compartir, orienta y acompaña el desarrollo de las personas en la calidez del hogar.

En su reciente exhortación sobre la familia el Papa Francisco habla de la alegría del amor. Fortalece así nuestro espíritu en la fe sobre la relación entre amor y felicidad. La fiesta de amor es testimonio de que sigue vigente el impulso del hombre y la mujer para darle a su vida un entusiasmo y una razón para vivir en plenitud. Los fracasos en el intento de amar, la falta de madurez psicológica y afectiva, el egoísmo y la soberbia que han apagado la promesa de compromiso, no pueden ensombrecer la voluntad original de Dios de que hombre y mujer en la entrega mutua sean felices.

No falta la ignorancia sobre la esencia del amor humano. Un mismo término tiene diversas interpretaciones. En unos casos se usa para encubrir la propia satisfacción, en otros se confunde con la inicial y valiosa atracción o con el aspecto físico, cosa importante pero efímera de romanticismo transitorio. El amor como lo enseña Jesús, el Maestro del amor, es una decisión consciente que nace de la libre voluntad. La alianza con que se unen un hombre y una mujer, es una decisión firme de entrega y aceptación.

Él le prometerá dar lo mejor de sí para hacerla feliz a ella. A su vez ella acogerá a su esposo y le expresará su propósito de entregarse para hacerlo feliz. Es su determinación. Se sienten alegres y en su corazón hay fiesta. Las personas maduras saben que tener una ilusión no los separa de nuestra condición humana llena de buenas intenciones pero necesitada de ayuda en la imperfección. Los novios que se unen tienen un proyecto para su matrimonio y familia. Saben que su aplicación y ejecución depende de los dos y es obra de todos los días. Acuden a Jesús para que Él, que hizo inolvidable la fiesta de los novios en Caná de Galilea, les conceda siempre el vino de la mejor calidad, cambiando con su ternura y dedicación el agua insípida de la rutina que causa y pierde el gusto diario de la unión.

Una pareja que decide aceptar la vocación del matrimonio, decide prolongar ese día sacramental todos y cada uno de los días. Los novios van a prometerse el uno al otro que estarán atentos a que esta llama no se apague, sino que crezca con el correr del tiempo, y en medio de los momentos gratos y también cuando la crudeza de la vida pueda aparecer en su existencia.

Al construir todos los días los dos su relación, la que inician cogidos de la mano, sientan la compañía y la seguridad de estar juntos para crecer en medio de las circunstancias de la vida, siempre juntos.

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