Hoy, estamos de fiesta, y estamos de fiesta porque una…
Tedeum 20 de Julio
Hoy estamos aquí reunidos para dar gracias a Dios – una vez más – por la ayuda que nos ha prestado en la tarea emprendida de construcción de una Nueva Sociedad enamorada de la vida, de la calidad del vivir, de la felicidad, de la dignidad de la persona humana, de la justicia social, de la prosperidad y de esa reconquistada vocación de permitir que, por fin, nazca una generación decolombianos que conozcan la paz, la seguridad, la tranquilidad, la libertad responsable en tanto que nosotros tratamos del “olvidar” como nos lo aconseja Isaías al recomendarnos que “no recordemos las cosas anteriores, ni consideremos las cosas del pasado” (Is 43,18).
No se trata de “olvidar” como algunos piensan que es el actuar como si nada hubiese ocurrido sino de purificar la memoria y poder ocupar nuestro tiempo en mirar hacia adelante porque está sucediendo “algo nuevo”, está aconteciendo algo absolutamente diferente (Is 43,19) : Hemos llegado al inicio del camino cierto de la paz. Ahora entonces es preciso soñar y todos aquellos que de buena voluntad y clara inteligencia aspiramos a la construcción de una Colombia mejor, sin abandonar la razón, hemos de ingresar en la dimensión del sueño, de ese deseo legítimo de humanización, de la voluntad de dejar el mundo y una Colombia mejor de la que encontramos. Tenemos que reconocer que ha habido muchos que en las generaciones pasadas asumieron sacrificios enormes para que esta “realidad nueva” de la paz fuera posible. Por todos ellos demos gracias en este día.
Una balada brasilera afirmaba que si se sueña solo el sueño permanece como un sueño, pero si se sueña juntamente con otros es inevitable que surja una “nueva realidad” que responda al imperativo que tenemos frente a nosotros que es el de inventarnos una “nueva vida”. Estamos convocados a trabajar juntos. Alguien afirmaba que “si no luchamos todos unidos seremos destruidos por separado”. Estamos juntos inventando la paz, y lo estamos haciendo dándole contornos definidos al Bien Común. Nunca antes se soñó la “Buena Paz”; siempre se pensó en ella a veces equivocando caminos; otras veces abandonando los emprendidos; otras permitiendo que el pesimismo nos paralizara; pero ahora se hacía necesario dar un paso definitivo para que “aconteciera” y poder cuidarla.
Estamos hoy viendo nacer la Paz con la certeza y el convencimiento que la verdad para unos es, ahora, sembrar y para otros, en el mediano por venir, será cosechar. Nadie debe interferir ahora con el crecimiento de la semilla de la paz que está convocada a ser árbol grande que dé sombrío y cobijo a todos aquellos que habitamos en esta patria cuyo despertar a la libertad y a la convivencia hoy celebramos. Queremos sí la paz pero que sea “una Buena Paz”. Para ello es preciso enamorarse del sentido de la vida, saber que el convencimiento cultural y religioso del “no matar” implica además compometerse con uno de los rostros más elementales y apasionantes de la paz que es el rostro del “Bien Común” que se expresa en el reto en el cual “el progreso” se convierte en “desarrollo para todos”, en una evidencia que es constatable a través de la salud, de la alimentación, de la vivienda, de la educación, del empleo, de la seguridad y del cuidado de la naturaleza.
La pasada reunión de la Conferencia Episcopal optó por mirar siempre hacia adelante siguiendo esa ley inagotable del Evangelio que ilumina y guía. Hemos querido recordar que esa “buena noticia” no es fruto de ideología ni de doctrina alguna, sino la propuesta de un “proyecto de vida” que nos una en el “amaos los unos a los otros ”. Ojalá esta Semilla caiga en la tierra buena fecundada por héroes y mártires que claman por la Paz.
Tenemos que reinventar el “coraje” porque estamos decidiendo qué sociedad queremos, qué contenidos han de dar vida a nuestros principios y valores porque ellos nos han de servir como piedras fundantes de compromisos y testimonios y de las certezas de que esta patria seguirá siendo posible. Hay que alejar de nosotros todos los factores que conducen a ser agentes e instrumentos de muerte. La opción del cristiano que cree realmente en Dios es la del optimismo. Se nos dice muy claro en el Salmo 23 que hemos escuchado que “El Señor es nuestro pastor y nada entonces nos falta” y bien cierto es que “aunque pasemos por quebradas oscuras, no tememos ningún mal, porque el Señor está con nosotros y hemos de afrontar sin miedo las dificultades”.
El camino que hemos de recorrer no será fácil pero lo recorreremos juntos, reconciliados y en la presencia de nuestro Dios que está lleno de misericordia con nosotros y para Él nada es imposible. Hemos de saber luchar por la paz. El evangelio de Juan nos presenta la “clave” del momento histórico que vivimos. El Señor resucita y su mensaje es solo uno e inconfundible: “Paz a vosotros”. Impresiona el “Señor de la Resurrección” cuando luego de su saludo muestra sus cicatrices, sus heridas de la crucifixión. Es cierto; hoy todos los colombianos podemos también mostrar nuestras heridas pero no hemos de detenernos tan solo en el lamento sino salir hacia adelante aceptando que la misión encomendada es ser “mensajeros de la paz” y abrirnos al Espíritu Santo para poder cumplirla.
Llega un tiempo apasionante “después de los acuerdos” que es el de ponerse a la tarea de ser “constructores”, “artesanos”, de una Nueva Colombia. Cada quien ha de cumplir con la parte que le corresponde actuando de manera transparente lejos de la corrupción, sabiéndose responsable de educar en y para la paz en la familia, en la escuela, en la empresa, en las oficinas públicas y privadas. La paz parte de una actitud de esperanza, de confianza, de buena voluntad colectiva de cara al futuro. Esa actitud benévola ante la paz debe llevar a una suma interminable de “gestos” y “hechos” de solidaridad y de justicia social que son y deben ser nuestro patrimonio nacional.
Por ello es necesario que cada colombiano anhele la paz y sepa que para que ella sea posible habrá que superar muros que a veces nos pueden llevar a pensar que estamos ante un imposible. Es urgente decidir qué sociedad vamos a construir a fin de que el pasado que queda hoy atrás no sea protagonista de una dolorosa parábola del retorno. Hay que emprender con entusiasmo el camino con la consciencia clara que la paz “jamás es una cosa del todo hecha, sino un perpetuo quehacer” (GS 78).
Es preciso renovar la fe en Dios al que alabamos en este TE DEUM. Recuperar la certeza de la dignidad del ser humano, reconocer el absoluto valor de la vida, enamorarse de una libertad enriquecida de responsabilidades para con el prójimo de hoy y del futuro, recuperar el sentido pleno de la familia y de la convivencia, asumir la participación como una definición que nos haga actores y protagonistas de un destino que compartimos y aceptar que el Bien Común nos debe vincular a todos en esta tarea que dignifica: “construir la paz”. Hay quienes – como el apóstol Tomás – que no creen “si no meten el dedo en el lugar de los clavos y de las heridas del Señor”; su escepticismo refleja una actitud derrotista y pesimista incapaz de superar momentos tan difíciles como esta guerra que debe cesar. El resucitado nos abre los ojos para ver cómo es una vida verdaderamente humana. Pensar en que la paz es inútil es no entender que las generaciones futuras nos tomarán cuenta de lo que podríamos haber hecho y no hicimos. Es imperativo vivir en paz y llegado el momento poder descansar en la paz que nos abre caminos de vida eterna.
El Te Deum que hemos cantado en este día de gracia del 20 de julio pide a Dios que venga en nuestra ayuda y que su misericordia nos acoja. En este Año Santo de la Misericordia que nos llevan al perdón y a la reconciliación pongámonos en las manos de Dios y renovemos el compromiso de “no permitir – como lo expresó claramente el Papa Francisco – otro fracaso más en este camino de paz y de reconciliación”.
Pidamos a Dios que nos permita llenar de realidades ciertas nuestros sueños y nuestras esperanzas.
Bogotá 20 de julio 2016
+Fabio Suescún Mutis, Obispo Castrense de Colombia
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